viernes, 21 de abril de 2017

CREER LO QUE VES O VER LO QUE CREES



Uriel Flores Aguayo
@UrielFA


Estas palabras pueden ser apropiadas para los tiempos políticos que vivimos en México, tal vez siempre lo fueron; o no, si hablamos de unos veinte años antes, cuando las palabras no tenían ningún sentido en el mundo de la política. La incredulidad ciudadana es fuerte y tiene mil justificaciones, con el riesgo de ser muy duradera hasta terminar en hastío y abstencionismo; la velocidad y montos de la información que circula en las redes es un poderoso factor para que se mezcle y desoriente el debate: más cantidad sobre la calidad, juicios sumarios, verdades a medias, mentiras completas, conspiraciones y treinta conclusiones en doce horas. Los líderes políticos en general, con sus contadas excepciones, asumen con lentitud y hasta torpeza las nuevas formas de la comunicación, enfilándose hacia una lamentable reproducción de esencias anacrónicas: cambian las formas pero se sostiene el contenido, hay más colorido e imagen pero con mensajes caducos. 

La apertura a la verdad, la buena fe y las convocatorias unitarias brillan por su ausencia; se sostiene una dura tendencia al enfrentamiento y la ruptura. Con ello, se desperdicia el tiempo y se desnaturaliza la función asignada a líderes y representantes. Abunda el sectarismo y la inmediatez, no se enriquece la vida pública ni se abren rutas al desarrollo democrático. Hay sectores políticos que le apuestan al fracaso del gobernante y ansían un golpe de suerte, súbito, que los lleve al poder, del nivel que sea, sin acreditar perfiles y proyectos. Actos de fe, ni buena o mala, sustituyen la construcción de ciudadanía, cultura cívica y democracia. Sin deliberación, crítica y autocrítica, reflexiones y posicionamiento de los que andan defendiendo espacios y de los que andan aspirando a ellos, solo pueden resultar procesos electivos vacíos, intrascendentes y regresivos. 

La aprehensión del ex gobernador Duarte, actualiza los rasgos fundamentales de los humores sociales y el estado de ánimo ciudadano observado en el nivel de la información, las tomas de posición, cierto debate y las teorías producidas abundantemente. Sin mayor esfuerzo se adoptan todo tipo de versiones respecto al hecho, aun las más descabelladas, siendo las de más elevada aceptación aquellas que encierren complejos misterios o puedan resultar espectaculares. A una asombrosa velocidad se producen supuestas explicaciones de todo que llevan a un mayor número de interpretaciones haciendo naufragar a la lógica, cualquier aspecto que represente racionalidad y brincándose hasta lo obvio. Se enmarca el acontecimiento legal en una generalizada incredulidad que lleva a muchos a decretar conclusiones que no admiten razones y deja muy poco al tiempo en que transcurrirá el proceso judicial. En esa línea se sabe poco, se aprende menos y no se valoran los avances en la consecución de la justicia y la recuperación de los fondos públicos sustraídos a las arcas de Veracruz, por la pandilla que nos desgobernó.

Entiendo qué hay rezago en la presencia de Estadistas, en la generación de demócratas y en portadores de ideas, con efectos en tal pobreza de nuestra vida pública que incide fatalmente en el alineamiento social por causas huecas y signos clientelares. Esa es nuestra realidad, asumirla cuenta como acto de honestidad y superación, sin desgarrarse las vestiduras, pensando en un proceso gradual que nos lleve a una vida pública más sana, donde el gobierno funcione, la gente participe en los asuntos colectivos y vivamos en paz y con progreso. 

Es real la influencia de la condición humana en los asuntos de gobierno, son cuestiones de poder que emparejan siglas, pero hay un sistema dominante que se reproduce a través del tiempo y no distingue de colores. Nuestro mejor aprendizaje en el caso Duarte, debería ser el de modificar de raíz las condiciones institucionales que lo hicieron posible, apelando a formas democráticas. Hay que privilegiar la legalidad, la transparencia, la austeridad, el compromiso y la eficacia. Hay que respetar la pluralidad, huir del maniqueísmo y cultivar valores profundamente democráticos. Si no se entiende así, un poco después vendrán otros similares, acompañados de oleadas de cinismo y desencanto. Poco o mucho pero hay que aprender de estos fenómenos decadentes y tomar otro rumbo, serio y seguro, gradual, sin atajos y salidas milagrosas.

Nada fácil, por cultura e inercia, superar las posturas extremas e inmóviles del todo está bien o todo está mal; más complicado todavía para quienes se escudan en pretendidas ideologías, ausentes por obviedad, que no pasan de discursos y ocurrencias, insistiendo en encuadrar cualquier hecho en la visión de algún líder o grupo político. Se renuncia al pensamiento libre y se aparta o choca con los ámbitos colectivos. Como antídoto a estos fenómenos hay que subrayar la pluralidad, disminuir el sectarismo y fomentar la unidad social indistintamente de siglas y colores. 


Recadito: Triste lo de Duarte, más triste lo de los veracruzanos; nos cuesta salir de niveles bananeros en todo.